lunes, 12 de diciembre de 2016

Las Emociones en la Crianza



En algún momento de la historia de la humanidad, las emociones comenzaron a verse como un problema.  La “razón” fue considerada la principal característica de nuestra superioridad con relación a otras especies y se pensaba que las emociones interferían en el adecuado desarrollo de nuestro intelecto.  Pese a que hoy en día sabemos de la existencia de distintas habilidades que conforman nuestra inteligencia, las emociones continúan siendo consideradas algo que debemos aprender a controlar porque constituye nuestra parte “animal”, nuestra irracionalidad.

Es común, tanto en nuestro quehacer profesional como en la vida cotidiana, escuchar comentarios que aluden a la necesidad de controlarnos o incluso de no sentir ciertas emociones.  Las hemos definido como positivas y negativas, potenciando las primeras e intentando reprimir las segundas.  La rabia, el miedo, la tristeza intentan ser eliminadas de nuestro repertorio emocional y conductual.  Sin embargo, olvidamos lo necesarias que son todas ellas para nuestro diario vivir.

Las emociones tienen un rol importante en nuestra relación con el entorno. Nos permiten definir vínculos, nos ayudan a establecer límites, identificar aquello que nos desagrada.  Sabemos que es necesario regular nuestras emociones para convivir con los demás, pero es importante recordar que regular no es sinónimo de inhibir.  Por ejemplo, no puedo pedirle a otro que no se enoje o que no sienta rabia.  Dicho de otra forma ¿por qué no habría de sentirla, si se ha sentido humillado, transgredido o incomprendido? ¿Y, cómo podría regularla si no la siente? Muy distinto es aprender formas alternativas de manifestar esta emoción, desarrollar la asertividad y otras habilidades sociales.

La crianza respetuosa se plantea desde la conexión emocional entre el adulto y el niño. Daniel Goleman indica en uno de sus libros “entendemos lo que sucede en otra persona conectando con nosotros mismos. La empatía siempre entraña un acto de autoconciencia”. Y eso es fundamental en el desarrollo emocional, que se inicia desde edades muy tempranas. Gran parte de lo que hacemos durante la crianza de nuestros hijos tiene relación con esto, sin embargo, culturalmente se nos insta a hacer lo contrario. 

Los adultos tendemos a focalizarnos en la conducta del niño, pero perdiendo de vista lo que motiva dicho comportamiento. Casi siempre, los padres, los profesores e incluso los mismos psicólogos se centran en la reducción de estas conductas "disruptivas", cayendo en la trampa de un trabajo superficial, en el que sólo se aborda lo aparente y se deja de lado lo importante: la emoción.
Toda conducta está motivada por una emoción: frustración, aburrimiento, agotamiento, dolor, excitación, etc. Muchas veces, los padres no logramos leer en una primera instancia qué es lo que pasa con nuestros hijos y exigimos conductas que, de acuerdo a sus características temperamentales y de desarrollo, no está en condiciones de realizar sin el apoyo y orientación de ese adulto. Muchas veces también, como adultos, tampoco sabemos cómo regular nuestras emociones, sin embargo, le exigimos al niño que sí lo haga.

Les pedimos que no se enojen, que no se sientan tristes. Y la pregunta podría ser ¿Y por qué no? Si yo como adulto necesito manifestar mi disconformidad ¿por qué no habría de permitírselo a un niño, que precisamente está aprendiendo cómo enfrentarse a aquello que siente y para lo que muchas veces no sabe siquiera definir?  

Surge, entonces, la necesidad que los adultos también trabajemos con lo que sentimos, que aprendamos a identificar lo que nos pasa. Para saber cómo actuar, es necesario primero sentir, o mejor dicho, saber lo que estamos sintiendo, conectarnos con aquellas sensaciones que emergen en nuestras emociones.
Apostemos al desarrollo emocional... en los niños y en los adultos.

Paula Arellano Gálvez
Psicóloga Infantil
Facilitadora Mindfulness

Hablando de crianza respetuosa, apego y el regreso a lo natural para Vive Minimalista




Como complemento a este artículo , Daniel Goleman, Psicólogo en una conversación con Fundadora de Portal Coaching , nos habla de la importancia de las emociones en la salud






lunes, 21 de noviembre de 2016

CRIANZA RESPETUOSA Y SER MINIMALISTA



Esta es mi primera columna para este blog.  En algún momento, cuando me plantearon esta posibilidad sentí curiosidad y me pregunté ¿Y qué podría escribir ahí?  Y mientras revisaba las distintas publicaciones, interiorizándome en este nuevo desafío, caí en cuenta de que quizás podía hacer mucho más de lo que yo pensaba en un principio.
Soy psicóloga infantil y durante años trabajo y promuevo la crianza respetuosa, intentando explicar las implicancias que esto tiene para nuestro desarrollo como adultos, como seres humanos.
En Iquique, desde hace algún tiempo, un pequeño grupo de profesionales hemos profundizado, poco a poco, en la importancia de trabajar en esta forma de criar, que va más allá del uso de los collares de ámbar, la lactancia prolongada, el porteo, el colecho (y tantas otras cosas en las que podría ir profundizando en otras publicaciones).   Todo eso puede estar muy bien, pero la crianza respetuosa es muchísimo más que eso con mucho menos aparataje:  se relaciona con volver a conectarnos con nosotros mismos y con los demás, con preguntarnos qué hacemos los adultos y cómo nos hacemos cargo de los niños, cómo atendemos sus necesidades.
Y estas necesidades son mucho más que la alimentación y el abrigo.  Se relacionan con el afecto, con el contacto y la disponibilidad de los adultos para regular el estrés de los niños y cómo lo hacemos.  
Porque el afecto y la seguridad también son una necesidad biológica, el cuerpo humano necesita del contacto con otro, nuestras primeras experiencias sensoriales nos ayudaran a entender quiénes somos en este mundo y ´qué esperar de él, así como cuál es nuestro rol en la sociedad en la cual creceremos.
Muchas veces, en el afán de proveer a nuestros hijos de todo aquello que ayude en su desarrollo integral olvidamos lo principal:  Lo que más necesitan los niños para su desarrollo es interactuar con otros, con nosotros, sus adultos significativos.  Y a la vez, que nosotros estemos atentos a sus necesidades para responder con sensibilidad y consistencia, es decir, responder a lo que necesita en el momento en que lo requiere.
Criar con respeto significa replantearnos la crianza, centrando la atención en lo que el niño necesita para su bienestar, atendiendo a sus tiempos y procesos, comprendiendo que no tiene los mismos ritmos que tenemos los adultos. 
Para lograrlo, esta acción que involucra ver al otro, requiere a la vez reconectarnos con nuestras sensaciones y emociones, con aquello que muchas veces no dice relación con la lógica cultural, sino con aquello que surge en nosotros cuando, por ejemplo, escuchamos a un bebé llorar ..
..¿Debo tomarlo en brazos porque necesita mi cercanía y consuelo, o hago caso del dicho popular de que debo dejarlo llorar para que no se malcríe? ¿Por qué si al ver un adulto llorar nos acercamos a dar consuelo, cuando eso ocurre con un bebé, nos cuestionamos y en ocasiones actuamos contra lo que nuestras emociones nos indican que es lo correcto?. .

La sociedad, en este afán de que nos volvamos funcionales, ha olvidado la importancia de conectarnos con nuestro legado emocional, ese que arrastramos evolutivamente y que nos ha permitido sobrevivir como especie.
Y este tema, que podría pensarse como algo que es relevante sólo para quienes se encuentran en este proceso de criar y ser criado, en realidad se encuentra íntimamente ligado a quienes somos actualmente. 

Es importante recordar que nuestras experiencias tempranas, si bien no determinan nuestra psique, si nos predispone.  La disponibilidad que tuvieron nuestros adultos de responder ante nuestro llamado será lo que nos permita saber que esperar del entorno, si podemos confiar en los demás o si debemos olvidarnos de sentir y expresar nuestras emociones porque nadie acudirá a nuestra solicitud de consuelo.  Por lo tanto, la crianza no es algo que nos ocurre sólo los primeros años de infancia, es lo que somos el día de hoy y nos acompañará el resto de nuestra vida.
La crianza respetuosa es, entonces, una invitación a reencontrarnos con nuestro ser mamífero y aunque suene paradójico, retornar a lo más básico y pensar la crianza desde un sentido más humano. 
La crianza respetuosa nos invita a una crianza minimalista.

Paula Arellano Gálvez
Psicóloga Infantil
Facilitadora Mindfulness
Hablando de crianza respetuosa, apego y el regreso a lo natural para Vive Minimalista


viernes, 18 de noviembre de 2016

Relaciones Toxicas



Las relaciones tóxicas son grandes “vampiros” para nuestras energías. Sin embargo, muchas veces no nos resulta fácil identificar este tipo de relaciones, bien por falta de habilidad, porque el daño es muy paulatino y está muy bien disfrazado o porque la relación que nos perjudica tanto también nos aporta otras cosas a las que no estamos dispuestos a renunciar. Las relaciones tóxicas nos atrapan, como si fuera un pantano con arenas movedizas y cuánto más queramos librarnos, más difícil se nos hace desengancharnos de sus garras.

No se enseña mucho acerca de este tipo de relaciones y puede que esta sea la razón principal de nuestro problema de soltar lo que nos hace mal. Y si realmente recibimos enseñanza al respecto, es cuando ya hemos salido heridos. Pero como siempre decimos, los errores son los mejores maestros de nuestra vida.

Por más que consultemos, no hallaremos a nadie que haya podido despegarse de alguien tóxico de la noche a la mañana, como si fuera un poco de tierra que ha quedado en nuestros zapatos. Las relaciones tóxicas nos atrapan en una red negativa, lo mismo que ocurre con un insecto que ha caído en una tela de araña. No solo hablamos de las parejas, sino también existen personas tóxicas en otros ámbitos: familiares, amigos, colegas, conocidos, etc.

Como primera medida, una relación tóxica nos hace mal, nos impide avanzar, manipula todo aquello que nos reconforta de nuestra existencia, destruye aquello que somos, no nos da “permiso” para pensar ni actuar como queremos... en definitiva, nos hace seres infelices. Y como dijimos antes, se hace cuesta arriba poder salir airosos al intentar desengancharnos de esa red que ahoga, reprime, lastima…

La relación tóxica se desarrolla entre dos personas, una dominante y otra sumisa, aunque puede que ninguno de los dos se de cuenta de ello. Existen muchos problemas de comunicación, a los que se suman las mentiras, los chantajes emocionales y sobre todo, la manipulación. Si bien ambas partes pueden sufrir, el que se lleva la peor parte es aquél que acata las órdenes.

Las relaciones tóxicas que deberíamos evitar son:

En primer lugar, aquellas donde una sola persona está a cargo o decide. Quiere siempre tener el control, no escucha las opiniones ajenas, no está de acuerdo en la justicia ni en la equidad. Esa persona es la única que crece, mientras que la otra cada vez se hunde más.

En segundo término, las relaciones que cumplen la función de “llenar” o “completar” un vacío existente. Debemos conseguir sentirnos plenos por nosotros mismos, sin que otro sea el encargado de suplir las carencias.
El tercer tipo son las relaciones co-dependientes, es decir, cuando ambos integrantes son pasivos y dependen del otro para ser felices, no saben lo que es la individualidad y precisan de la aprobación externa para actuar, siempre priorizan las necesidades ajenas por sobre las propias.

La idealización o las expectativas subrreales son también un tipo de relación tóxica. Estas ocurren cuando se exige una perfección imposible de alcanzar, cuando se espera todo el tiempo cambiar al otro hasta que se amolde a nuestros gustos, etc.

En quinto lugar, tenemos aquellas personas que utilizan sus problemas del pasado para justificar lo que hacen en el presente. Pueden ser unos padres muy autoritarios, una pareja celosa o un abandono en la niñez. Todo vale como excusa de los actos diarios.

Otro tipo de relación tóxica a evitar es la que está basada en mentiras continuas, donde nunca se sabe qué es cierto y qué es una falacia. También podemos incluir aquí ocultar información o todo aquello que derrumbe la confianza (que es muy difícil de recuperar).

De la mano de ella, podemos señalar las relaciones donde el perdón no es un sentimiento genuino o frecuente y además no hay intensiones de reparar lo que se ha dañado.

Por último, las relaciones que se basan en la agresión-pasividad durante la comunicación. Cuando en vez de hablar abiertamente se lo hace con indirectas o prejuicios, cuando las palabras o la actitud siempre es hostil y cuando no hay atención al tratar entablar un diálogo.


Tal vez con esta explicación podamos estar más alertas y determinar en qué momento una relación se ha vuelto tóxica

Por Marcia Hidalgo